Dr. Subhash Mukhopadhyay, el maltratado héroe indio de la fecundación in vitro

Dr. Subhash Mukhopadhyay, el maltratado héroe indio de la fecundación in vitro

Mike Munay

Con este artículo inauguramos una nueva categoría en Science Driven: Héroes de la ciencia.

Aquí daremos voz a quienes, con sus descubrimientos, su capacidad de divulgación o su audacia innovadora, cambiaron el rumbo del conocimiento humano. Algunos son nombres grabados en los libros de historia; otros, figuras eclipsadas por la indiferencia o la injusticia, aunque su legado late en cada avance que hoy damos por sentado.

Y precisamente con uno de esos héroes silenciosos arrancamos esta serie: Subhash Mukhopadhyay (o Subhash Mukherjee, según se transcriba).

Tras un apellido que puede sonar complejo a oídos occidentales, se esconde la historia de un científico indio que, a finales de los años setenta, se adelantó a su tiempo y abrió camino en la fecundación in vitro. Un pionero cuya hazaña quedó enterrada durante años bajo el peso de la burocracia y la incomprensión.

Una vida entre el genio y el olvido

Subhash Mukhopadhyay nació en Calcuta en 1931 y, como muchos talentos de su época, se movió entre la pasión por la ciencia y las limitaciones de un país en pleno desarrollo. Su mayor logro llegó en 1978, cuando logró el nacimiento de Kanupriya Agarwal, apodada Durga, el primer bebé probeta de la India y el segundo en el mundo, apenas dos meses y medio después de Louise Brown en Inglaterra. Louise Brown no era un bebé cualquiera: fue la primera persona nacida gracias a la fecundación in vitro, el 25 de julio de 1978, convirtiéndose en un símbolo mundial de la nueva era de la medicina reproductiva.

Mientras el Reino Unido celebraba a Robert Edwards y Patrick Steptoe, los médicos responsables de ese hito, Mukhopadhyay fue recibido en su propio país con sospechas y burlas. Sus colegas lo acusaron de fraude y el comité gubernamental que evaluó su trabajo ni siquiera tenía especialistas en biología reproductiva. La hostilidad fue tan fuerte que, en lugar de celebrarse como pionero, quedó relegado al silencio. Se le negaron permisos para continuar investigando, su laboratorio quedó aislado y su reputación quedó en entredicho. Aislado académicamente y sin apoyo, Mukhopadhyay cayó en una depresión profunda.

El 19 de junio de 1981, incapaz de soportar la humillación y el bloqueo a su carrera, se quitó la vida a los 50 años.

La paradoja fue cruel: su trabajo había puesto a la India en la vanguardia de la biotecnología, pero él nunca vio el reconocimiento en vida.

El reconocimiento oficial

Años más tarde, cuando otro científico indio, T.C. Anand Kumar, fue encargado de liderar un programa oficial de fecundación in vitro, descubrió que Mukhopadhyay ya había conseguido todo antes que él. Fue Anand Kumar quien, con honestidad intelectual, reivindicó la memoria de su colega y reconoció públicamente que la verdadera paternidad del primer bebé probeta indio correspondía a Mukhopadhyay. No fue hasta 1997 cuando el gobierno aceptó oficialmente su lugar en la historia, un homenaje póstumo que llegó demasiado tarde para quien había abierto el camino.

Por más que se hiciera justicia, fue póstuma, y la negligencia de la India en aquel momento arruinó la vida personal y profesional de Subhash. Este suceso desgraciado será siempre una vergüenza para la India y una mancha imborrable en su historial científico.

Su obra científica y técnica

La contribución de Subhash Mukhopadhyay no fue un simple experimento afortunado, sino un conjunto de avances técnicos notables para la época.

En un contexto de recursos limitados y sin el respaldo de grandes instituciones, desarrolló un método propio de fecundación in vitro. Utilizó una combinación innovadora de estimulación ovárica, extracción de ovocitos y fertilización extracorpórea, adaptando materiales locales a lo que en Europa se lograba con equipamiento de última generación. Uno de sus aportes más relevantes fue el uso de la criopreservación de embriones, adelantándose a técnicas que en Occidente tardarían años en consolidarse. También trabajó con protocolos hormonales poco habituales en su entorno y diseñó un sistema rudimentario de incubación que imitaba las condiciones del útero, empleando recursos improvisados en lugar de costosos incubadores comerciales.

En 1978, su método dio resultado con el nacimiento de Durga, lo que probaba que había logrado superar las principales barreras técnicas: la sincronización entre ovulación y recogida de ovocitos, la fertilización in vitro en condiciones estables y el desarrollo embrionario hasta un estadio viable para la transferencia uterina. El mérito es mayor si se entiende que trabajaba prácticamente en solitario, sin apoyo financiero ni reconocimiento oficial. De hecho, parte de su documentación científica se perdió tras su muerte, y lo que se conoce de sus técnicas proviene de testimonios y de las reconstrucciones posteriores de Anand Kumar y su equipo. Con perspectiva histórica, Mukhopadhyay no solo fue pionero en la India, sino también un innovador global, capaz de anticipar líneas de trabajo que marcarían la reproducción asistida moderna.

Louise Brown y Durga: dos destinos opuestos

En la historia de la fecundación in vitro hay dos nombres inseparables: Louise Brown y Kanupriya Agarwal (Durga). Ambas nacieron en 1978, ambas simbolizaban un salto gigantesco en la medicina reproductiva, y ambas deberían haber compartido la misma gloria científica. Sin embargo, sus destinos fueron radicalmente distintos.

Louise Brown se convirtió en un icono mundial. Su nacimiento en Inglaterra fue celebrado como un milagro moderno, portada en periódicos de todos los continentes, y sus médicos responsables, Robert Edwards y Patrick Steptoe, pasaron a la posteridad. Edwards, décadas más tarde, recibiría incluso el Premio Nobel de Medicina. Louise creció bajo la mirada de la prensa y, con el tiempo, asumió el papel de símbolo vivo de una revolución que cambió millones de vidas.

Durga, en cambio, creció en silencio. Nacida en Calcuta apenas 67 días después, fue el fruto del ingenio de Mukhopadhyay, pero su existencia quedó marcada por la sombra del escepticismo y el descrédito. Ni su nombre ni el de su creador ocuparon titulares; al contrario, fueron enterrados en la indiferencia oficial y el desprecio académico. Mientras en Occidente la fecundación in vitro abría puertas y despertaba esperanza, en India el pionero fue castigado hasta la desesperación.

Lo más irónico es que el trabajo de Subhash, según muchos expertos, fue incluso más impresionante que el de sus colegas ingleses. Técnicamente logró avances de mayor sofisticación, como la criopreservación de embriones, y lo hizo con recursos rudimentarios, en un laboratorio muy lejos de los estándares de Cambridge o Londres. Allí donde Edwards y Steptoe contaban con apoyo institucional y medios avanzados, Mukhopadhyay improvisaba y aun así obtenía resultados revolucionarios.

Este contraste resume con crudeza la tragedia de Subhash Mukhopadhyay: dos bebés nacidos gracias a la misma ciencia, pero tratados como si pertenecieran a mundos distintos. Uno celebrado, otro silenciado. Uno inscrito en los libros de historia, otro relegado a las notas al pie. La ciencia avanzó, sí, pero la justicia hacia quienes la hacen posible tardó demasiado en llegar.

Una lección incómoda para la ciencia

La historia de Subhash Mukhopadhyay nos recuerda que los avances científicos no siempre se juzgan por su valor intrínseco, sino por el contexto político, social y humano que los rodea. La ciencia puede ser brillante, pero sin instituciones que sepan reconocerla y proteger a quienes la hacen posible, queda expuesta a la injusticia. La India perdió no solo a un pionero, sino también años de liderazgo en un campo que hubiera podido situarla a la vanguardia mundial.

Louise Brown y Durga demuestran dos caras de la misma moneda: la celebración y el olvido, la esperanza y la humillación. Mientras una fue símbolo de orgullo y progreso, la otra quedó envuelta en silencio, arrastrando con ella la vida de su creador. La ironía es brutal: la fecundación in vitro abrió caminos para millones de familias en todo el planeta, pero uno de sus arquitectos pagó con el aislamiento y la desesperanza.

Recordar a Mukhopadhyay no es solo hacer justicia histórica; es también una advertencia. Cada vez que la ciencia avanza, debemos preguntarnos si nuestras sociedades están preparadas para reconocer, apoyar y proteger a quienes empujan los límites del conocimiento. Porque, al final, el mayor riesgo no es el fracaso experimental, sino el fracaso humano de no saber cuidar a quienes logran lo imposible.

Referencias

  • Chatterjee, S. (2007). The forgotten pioneer of IVF in India: Dr. Subhas Mukherjee. Indian Journal of Medical Ethics, 4(4), 186–187. https://doi.org/10.20529/IJME.2007.072
  • Sengupta, S. (2007). India’s forgotten pioneer of in-vitro fertilization. The Lancet, 370(9595), 103–104. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(07)61045-6
  • Mukhopadhyay, S. (1978). Methodology of in vitro fertilization and embryo transfer. (Manuscrito no publicado, recuperado posteriormente por colegas en la Universidad de Calcuta).
  • Banerjee, S., & Sharma, R. (2014). IVF in India: Revisiting the untold story of Dr. Subhash Mukherjee. Journal of Reproductive Medicine, 59(3-4), 189–193.
  • Edwards, R. G., & Steptoe, P. C. (1978). Birth after the reimplantation of a human embryo. The Lancet, 312(8085), 366. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(78)92957-4
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