¿Por qué los excipientes de los medicamentos importan?
Mike MunayCompartir
Cuando tomas un medicamento, das por hecho que si el principio activo es el mismo, el efecto también lo será. Misma molécula, misma cantidad, mismo resultado.
Fin del debate. O eso creemos.
Porque la realidad es que dos medicamentos con el mismo principio activo no siempre se comportan igual en el cuerpo. Y no, no es efecto placebo, ni paranoia, ni nostalgia por la caja de marca.
Como ya comentamos en otro artículo, los medicamentos genéricos pueden presentar diferencias reales frente a los de marca: en la rapidez con la que hacen efecto, en su duración, en sus alérgenos, en la tolerancia digestiva o en la aparición de efectos secundarios. Y la explicación no está en la molécula estrella, sino en su séquito silencioso.
Los excipientes.
Sustancias que rara vez protagonizan la conversación, pero que deciden cómo se disuelve un comprimido, cuándo se libera el fármaco, cuánto se absorbe y cómo responde el organismo. No son relleno. No son neutros. Y, desde luego, no son irrelevantes.
Pensar que un medicamento es solo su principio activo es como creer que un coche es solo el motor. Técnicamente atractivo. Clínicamente ingenuo.
En este artículo vamos a poner los excipientes bajo el microscopio y a explicar, con ciencia y sin anestesia, por qué pueden marcar la diferencia entre dos fármacos que “en teoría” son iguales… pero que en la práctica no siempre lo son.
¿Qué son los excipientes y cual es su función en un medicamento?
Los excipientes son todas aquellas sustancias que acompañan al principio activo en la formulación de un medicamento y que, aunque no tienen efecto terapéutico directo, son esenciales para que ese efecto pueda producirse de forma segura, eficaz y controlada.
Sin excipientes, la mayoría de los medicamentos modernos no podrían existir.
Los excipientes no están ahí “para rellenar”. Cada uno cumple una o varias funciones muy concretas.
Excipientes estructurales: dar forma a los medicamentos
Permiten que un fármaco sea un comprimido, una cápsula, un jarabe, una crema o una inyección. Sin excipientes, muchos principios activos serían simplemente polvos imposibles de administrar.
Aquí entran sustancias como:
- Lactosa, celulosa microcristalina o fosfatos cálcicos, usados como diluyentes.
- Almidones o derivados de la celulosa, que actúan como aglutinantes.
Ejemplo real:
Un comprimido de paracetamol de 1 g puede contener solo una pequeña fracción de principio activo; el resto son excipientes estructurales que permiten que el comprimido no se rompa, se pueda partir por la ranura y mantenga la dosis correcta.
Excipientes que controlan la liberación del fármaco
Determinan cuándo, dónde y a qué velocidad se libera el principio activo en el organismo. Esto explica por qué existen comprimidos de liberación inmediata, retardada o prolongada.
Incluyen:
- Desintegrantes, que hacen que el comprimido se rompa al contacto con los líquidos digestivos.
- Recubrimientos entéricos, que evitan que el fármaco se libere en el estómago.
- Matrices de liberación prolongada, que dosifican el principio activo durante horas.
Ejemplo real:
El omeprazol necesita un recubrimiento entérico porque el ácido del estómago lo destruye. Si ese recubrimiento cambia, el medicamento puede perder eficacia aunque el principio activo sea idéntico.
Otro caso clásico son los analgésicos o antidepresivos de liberación prolongada, donde el efecto “suave y continuo” depende casi por completo del excipiente, no de la molécula.
Excipientes de estabilidad y conservación
Algunos principios activos son químicamente inestables. Los excipientes los protegen del oxígeno, la humedad, la luz o el paso del tiempo, asegurando que el medicamento siga funcionando igual desde la primera hasta la última dosis.
Para evitarlo se utilizan:
- Antioxidantes
- Conservantes
- Reguladores de pH
- Agentes quelantes
Ejemplo real:
Los jarabes pediátricos suelen llevar conservantes para evitar el crecimiento bacteriano tras abrir el envase. Cambiar este excipiente puede alterar la vida útil del medicamento… o su tolerancia en niños sensibles.
Excipientes que facilitan la administración
Aromas, edulcorantes, recubrimientos o colorantes hacen que un medicamento sea más fácil de tragar, tenga mejor sabor o sea identificable. Especialmente importante en pediatría y en tratamientos crónicos.
No afectan directamente al efecto terapéutico, pero sí al cumplimiento del tratamiento, algo clave en medicina real.
Aquí encontramos:
- Edulcorantes y aromatizantes
- Colorantes
- Lubricantes para facilitar el tragado y la fabricación
Ejemplo real:
Un antibiótico infantil con mal sabor tiene muchas más probabilidades de no completarse correctamente. El principio activo puede ser perfecto, pero sin un excipiente adecuado, el tratamiento fracasa.
Excipientes con impacto biológico relevante
Algunos excipientes actúan como amortiguadores físicos o químicos, evitando que el principio activo dañe la mucosa gástrica, la piel o el tejido subcutáneo.
Aunque los excipientes no tengan acción farmacológica directa, sí tienen actividad biológica. Pueden interactuar con el organismo, provocar intolerancias, alergias o modificar la respuesta al tratamiento.
Aunque no sean principios activos, algunos excipientes sí tienen efectos biológicos:
- Lactosa, problemática en intolerantes
- Sorbitol, con efecto laxante
- Gluten
- Determinados colorantes y conservantes
Ejemplo real:
Dos comprimidos “equivalentes” pueden provocar diarrea, molestias digestivas o mala tolerancia en una persona sensible simplemente por una diferencia en el excipiente, no en el fármaco.
Por eso, desde el punto de vista científico y clínico, un medicamento no se define solo por su principio activo, sino por toda su formulación. Y aquí es donde los excipientes dejan de ser actores secundarios para convertirse en parte fundamental del tratamiento.
Esto no significa que los genéricos sean peores ni menos eficaces, sino que la equivalencia farmacéutica no siempre implica una experiencia clínica idéntica en todos los pacientes.
El concepto de bioequivalencia
Cuando se habla de medicamentos genéricos, hay una palabra que aparece siempre como garantía de tranquilidad: bioequivalencia. Suena rotunda, casi absoluta. Pero conviene entender bien qué significa… y qué no significa.
Desde el punto de vista regulatorio, dos medicamentos son bioequivalentes cuando, administrados en las mismas condiciones, producen concentraciones del principio activo en sangre similares, dentro de unos márgenes estadísticamente aceptables. Es decir, el organismo recibe la molécula activa de forma comparable.
Eso es una muy buena noticia. Pero no implica que ambos medicamentos sean idénticos en todos los sentidos.
Bioequivalencia no es identidad absoluta
Los estudios de bioequivalencia se centran en parámetros farmacocinéticos clave, como:
- Cuánto principio activo llega a la sangre
- Cuán rápido lo hace
- Cuánto tiempo permanece
Estos valores deben situarse dentro de un rango aceptado por las agencias reguladoras. Sin embargo, ese rango no es un punto exacto, sino un intervalo. Y dentro de ese intervalo, los excipientes juegan un papel decisivo.
Aquí está el matiz importante: La bioequivalencia garantiza eficacia y seguridad a nivel poblacional, pero no asegura una experiencia clínica idéntica en todos los pacientes.
El papel silencioso de los excipientes en la bioequivalencia
Dos medicamentos pueden ser bioequivalentes y, aun así, diferir en:
- La velocidad con la que empieza el efecto
- La tolerancia digestiva
- La aparición de molestias leves
- La sensación subjetiva de "me va mejor" o "me sienta peor"
¿Por qué?
Porque los estudios se centran en el principio activo, mientras que los excipientes pueden modificar la disolución, la absorción o la tolerancia, sin romper los criterios legales de bioequivalencia.
No es una trampa del sistema. Es una consecuencia natural de cómo funciona la farmacología en organismos reales, no ideales.
Entonces, ¿los genéricos funcionan?
Sí. Los medicamentos genéricos funcionan, son seguros y eficaces. Cumplen los mismos estándares regulatorios que los de marca en cuanto a principio activo.
Pero asumir que bioequivalente significa idéntico en todos los contextos y para todas las personas es simplificar en exceso un sistema biológico complejo.
Y es justo aquí donde los excipientes vuelven a cobrar protagonismo: no como enemigos del medicamento, sino como variables que explican por qué, a veces, dos fármacos aparentemente iguales no se viven exactamente igual en el cuerpo.
Comprimido en vez de pastilla
Si has llegado hasta aquí quizá hayas notado algo curioso: a lo largo de todo el artículo no se ha utilizado el término pastilla. No es un descuido ni una manía estilística. Es una decisión consciente.
En el lenguaje coloquial, pastilla se usa para referirse a casi cualquier medicamento sólido que se toma por vía oral. Pero desde el punto de vista farmacéutico, es un término impreciso y, en rigor, incorrecto.
El término correcto es comprimido.
Un comprimido es una forma farmacéutica sólida obtenida por compresión de un polvo que contiene el principio activo y los excipientes. Esa definición no es un detalle técnico menor: describe exactamente cómo se fabrica el medicamento y por qué los excipientes son tan importantes para su estructura, disolución y absorción.
Hablar de comprimidos permite diferenciar correctamente entre:
- Comprimidos
- Cápsulas
- Grageas
- Sobres
- Jarabes
- Soluciones o suspensiones
Cada una de estas formas farmacéuticas tiene una formulación distinta, un comportamiento diferente en el organismo y un papel específico de los excipientes.
El término pastilla, en cambio, no define nada de eso. No indica cómo se fabrica el medicamento, cómo se libera el principio activo ni qué papel juegan los excipientes. Es una palabra cómoda para la conversación diaria, pero científicamente vacía.
Por eso, en un artículo que pretende explicar con rigor cómo funciona un medicamento por dentro, usar el término correcto importa. Igual que no llamamos "aparato" a cualquier órgano del cuerpo o "energía" a cualquier cosa que se mueve, en farmacología las palabras también tienen peso.
Preguntas frecuentes sobre excipientes y medicamentos
¿Los excipientes pueden provocar efectos secundarios?
Sí. Aunque no tengan efecto terapéutico, algunos excipientes pueden causar molestias digestivas, reacciones alérgicas o intolerancias en personas sensibles. Lactosa, sorbitol, ciertos colorantes o conservantes son ejemplos habituales.
¿Los excipientes son iguales en los medicamentos genéricos y de marca?
No necesariamente. El principio activo debe ser el mismo, pero los excipientes pueden variar. Esa diferencia no implica menor eficacia, pero sí puede influir en la tolerancia o en la experiencia del paciente.
¿Un medicamento genérico funciona peor que uno de marca?
No. Los genéricos son eficaces y seguros. Cumplen los criterios de bioequivalencia exigidos por las agencias reguladoras. Que funcionen igual no significa que siempre se vivan igual en todos los pacientes.
¿La bioequivalencia garantiza que dos medicamentos sean idénticos?
No. Garantiza que el principio activo se absorbe de forma comparable dentro de unos márgenes aceptados. No implica identidad absoluta en la formulación ni en la respuesta individual.
¿Puedo notar diferencias al cambiar de medicamento aunque sea el mismo principio activo?
Sí. Algunas personas notan cambios en la rapidez del efecto, la tolerancia digestiva o la sensación general del tratamiento. Esto puede deberse a diferencias en excipientes y a la variabilidad biológica individual.
¿Quiénes son más sensibles a los excipientes?
Personas con intolerancias alimentarias, trastornos digestivos, niños, personas mayores y pacientes que toman varios medicamentos a la vez suelen notar más estas diferencias.
¿Debo pedir siempre el mismo medicamento en la farmacia?
Si un medicamento te funciona bien y lo toleras correctamente, mantener la misma formulación puede ser razonable. Si aparecen molestias persistentes tras un cambio, conviene comentarlo con un profesional sanitario.
¿Cambiar de medicamento es peligroso?
No, siempre que se haga con criterio clínico. El cambio debe basarse en síntomas reales y mantenidos, no en desconfianza general ni en información no contrastada.
¿Dónde puedo consultar los excipientes de un medicamento?
En el prospecto y en la ficha técnica oficial. Ahí se detallan todos los excipientes presentes en la formulación.
¿Por qué no se habla más de los excipientes?
Porque no son el foco del marketing ni de la conversación popular. Sin embargo, desde el punto de vista clínico y farmacológico, son una parte esencial del medicamento.
¿Los excipientes aparecen siempre en el prospecto?
Sí. Todos los excipientes de un medicamento deben aparecer declarados en el prospecto y en la ficha técnica oficial. La normativa exige que se incluyan especialmente aquellos que pueden causar intolerancias, alergias o efectos adversos relevantes, como lactosa, gluten, ciertos azúcares, colorantes o conservantes.
Ahora bien, que aparezcan listados no significa que se explique en detalle qué función cumple cada uno. Por eso, aunque el prospecto es la fuente correcta para consultarlos, interpretar su impacto real suele requerir contexto farmacológico o la ayuda de un profesional sanitario.
1 comentario
Todo muy claro y entendible. Muy buen artículo.