El experimento de la prisión de Stanford

El experimento de la prisión de Stanford

Mike Munay

El joven se colocó el uniforme sin pensarlo demasiado. Una camiseta beige, unos pantalones sencillos, un número en el pecho. No era más que un juego, un estudio universitario. Pero en cuanto se miró al espejo, algo en su identidad se quebró: dejó de ser él mismo para convertirse en el prisionero 8612.

Al otro lado, otro joven ajustaba sus gafas de sol reflectantes y se probaba una porra de goma. No era policía, jamás había tenido autoridad sobre nadie. Sin embargo, al vestirse con uniforme azul y recibir la orden de mantener el orden, sintió que podía hacer cualquier cosa.

Lo que ninguno de ellos sabía es que ese experimento, diseñado para durar dos semanas, terminaría abruptamente a los seis días. Y que sus vidas y la psicología social jamás volverían a ser las mismas.

El Experimento de la Prisión de Stanford

El Experimento de la Prisión de Stanford fue llevado a cabo en 1971 por el psicólogo Philip Zimbardo, en la Universidad de Stanford, con el objetivo de estudiar cómo las dinámicas de poder y los roles sociales podían influir en el comportamiento humano.

  • Se seleccionaron 24 estudiantes voluntarios, todos hombres, psicológicamente sanos y sin antecedentes.
  • Se les dividió aleatoriamente en dos grupos: guardias y prisioneros.
  • El sótano del departamento de Psicología fue transformado en una prisión simulada, con celdas, barrotes y un espacio para la vigilancia.

Los prisioneros fueron arrestados en sus propias casas por la policía real de Palo Alto y trasladados encapuchados a la prisión improvisada. Allí, se les asignaron números y uniformes simples, perdiendo su identidad personal.

Los guardias, en cambio, recibieron uniformes militares, gafas de sol espejo (para despersonalizar su mirada) y porras de goma.

Lo que comenzó como una simulación académica degeneró rápidamente en abuso.

  • En menos de 48 horas, los guardias empezaron a mostrar conductas autoritarias, humillando y castigando a los prisioneros.
  • Los prisioneros, por su parte, entraron en estados de ansiedad, depresión y sumisión.
  • Uno de ellos (el prisionero 8612) sufrió un colapso emocional y tuvo que ser liberado.

El propio Zimbardo, que asumió el rol de director de la prisión, se vio absorbido por el experimento y permitió que los abusos continuaran.

El estudio, planeado para dos semanas, fue cancelado al sexto día por la intervención de Christina Maslach, psicóloga y pareja de Zimbardo, que al ver la situación denunció la gravedad de lo que ocurría.

Repercusiones y críticas

El Experimento de la Prisión de Stanford se convirtió en un clásico de la psicología social, pero también en uno de los más polémicos.

  • Resultados: demostró cómo personas comunes podían transformarse en verdugos o víctimas al asumir roles de poder o sumisión.
  • Críticas metodológicas: con el tiempo, se ha cuestionado la validez científica del experimento. Algunos sostienen que los guardias actuaron más como “intérpretes” de lo que se esperaba de ellos, y que Zimbardo influyó activamente en su comportamiento.
  • Ética: el experimento marcó un antes y un después en la regulación de estudios con humanos. La falta de límites y el sufrimiento de los participantes levantaron un debate internacional sobre la ética en la investigación psicológica.

Conclusiones del fenómeno

El experimento dejó varias enseñanzas inquietantes:

  • Los roles sociales pueden transformar radicalmente la conducta. Personas corrientes pueden convertirse en agresores o víctimas dependiendo del papel que se les asigne.
  • El poder deshumaniza si no tiene límites. La autoridad sin control puede derivar rápidamente en abuso.
  • El contexto pesa más que la personalidad. Lo que somos capaces de hacer depende, en gran parte, de las circunstancias en las que nos colocan.

Reflexión final

El experimento de la prisión de Stanford es una advertencia oscura: bajo las condiciones adecuadas, cualquiera de nosotros podría convertirse en guardián o prisionero, opresor o víctima. No se trata de monstruos excepcionales, sino de personas comunes atrapadas en un contexto que distorsiona su humanidad.

Hoy, en una sociedad donde el poder sigue concentrándose en instituciones, gobiernos y corporaciones, la lección sigue viva: la línea entre civilización y barbarie es más delgada de lo que queremos creer.

Quizá la verdadera prisión no está en los sótanos de Stanford, sino en nuestra capacidad de renunciar al juicio crítico cuando un uniforme o una orden nos dicen qué hacer.

Referencias

Haney, C., Banks, C., & Zimbardo, P. G. (1973). Interpersonal dynamics in a simulated prison. International Journal of Criminology and Penology, 1, 69–97.

Zimbardo, P. (2007). The Lucifer Effect: Understanding How Good People Turn Evil. Random House.

Le Texier, T. (2019). Debunking the Stanford Prison Experiment. American Psychologist, 74(7), 823–839. https://doi.org/10.1037/amp0000401

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1 comentario

Personality adopts a role, yet it does not appear eternal; it morphs with its surroundings. Perhaps no one is ever truly genuine.

Sakhessi

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Y se acabó el artículo :(

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